Relato "Una Mujer", de Vanesa Díez

Algunos le llamaban el Pueblo de las Nubes porque estaba tan cubierto de niebla que, desde lejos, parecía flotar en un mar de cúmulos.


En realidad, su verdadero nombre era El Pueblo del Silencio pues allí nunca se había escuchado ni una palabra ni un sonido. Los relojes recorrían sus esferas en medio de un mutismo absoluto, las hojas de los árboles se estremecían en silencio y los pájaros, qué duda cabe, no cantaban.


La niebla gris blanquecina que nunca desaparecía amortiguaba cada ruido hasta convertirlo en un susurro inapreciable. No sonaban los pasos, ni las risas, ni los besos, ni el agua que corría en las fuentes. Nada. Solo silencio.


Las personas, dóciles, no pronunciaban palabra y, con una mirada, un parpadeo, un fruncimiento de cejas, se decían todo lo que tenían que decirse, que no era mucho en aquel lugar algodonoso y asfixiante.


Así, con guiños y reojos, se habían hecho y deshecho amistades, se enamoraron las parejas y se dirimieron decenas de disputas . Una Mujer, como todos los demás, había nacido sin llanto y había crecido entre caricias silenciosas, sin escuchar jamás una nana ni un cuento. Se le ahogaban las palabras en la garganta pues, aunque nunca las había escuchado, las soñaba cada noche. Bajo la niebla enfermiza del Pueblo de las Nubes, en plena oscuridad, Una Mujer nadaba entre vocablos inverosímiles "rueva, llumbra, losana, floi" que grababa cada mañana en su memoria y con los que componía el idioma mudo con el que solo pueden nombrarse las cosas realmente importantes.


Y de este modo, pensaba "rueva" cuando veía una gruta abierta al pie de la montaña, y "llumbra" cuando el fuego del hogar estaba tan vivo que las brasas se ponían blancas, y "losana" cada vez que un llanto sin gemidos destilaba añoranza.


Un día, su diccionario secreto fue tan extenso que decidió que había llegado el momento de gritarlo al mundo, de dejar de ser dócil en El Pueblo del Silencio y reventar las normas como un animal salvaje atacando por su vida. Porque era su vida la que estaba en juego y no podía seguir dejando que discurriera en ese silencio aplastante, en ese mar gris blanquecino que todo lo amortiguaba. Porque Una Mujer ya había puesto nombre a todas las cosas y porque la más nueva de sus palabras, " xueime" nombraba a esa rebeldía salvaje que nacía en su pecho y a la que no había obedecido antes porque no tenía nombre.


Una Mujer salió a la calle, subió a la torre sin campana, tomó aire, ese aire amordazante que se tragaba los sonidos y exhaló con una fuerza salvaje y aterradora. No ocurrió nada.


De su garganta adormecida no brotó ni un murmullo. Su cuerpo, nacido en el silencio, no sabía que podía gritar lo que su corazón ya tenía claro. Una Mujer bajó de la torre, concentrada, decidida y entró en casa.


Volvió a subir al cabo de unos momentos. Volvió a aspirar el mismo aire amordazante y, exhalando, lanzó con todas sus fuerzas la enorme cazuela de cobre que había traído con ella.

 

¡¡¡¡ BLAAAAAMMMMMMMM !!!!

 

El Pueblo de las Nubes, el Pueblo del Silencio, se estremeció por completo ante el primer ruido que se había atrevido a sonar allí. Un pájaro, sobresaltado, se puso a piar y, al momento, lo hicieron otros muchos.

-"Blan dema" -pensó Una Mujer-. Por algo se empieza.

Vanesa Díez / 20 de julio de 2023

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