.Relato "Qué tío, ese asesino", de Vanesa Díez

Estaba cansada porque llevaba dos días sin parar y las últimas horas habían sido especialmente agotadoras, así que me senté en un banco a la sombra.

El parque estaba concurridísimo: familias paseando, niños jugando, parejas ajenas al mundo…

Desentonaba un poco con mi aspecto lujoso y clásico, pero como nadie parecía fijarse en mí aproveché para quitarme los zapatos, que me estaban matando a pesar de su precio, dejar a un lado mi bolso carísimo a juego, aflojarme en cinturón (también a juego) y recogerme el pelo en un moño algo deshecho.

Estiré el cuello y exhalé despacio.

Ya me sentía mejor.

El parque parecía un oasis de felicidad en medio de las noticias terroríficas de aquel día: guerras, hambrunas, desempleo y crímenes. Un asesinato y dos secuestros en mi propia ciudad. Recordar eso me hizo sentirme vulnerable y mirar preocupada mi reloj y mi bolso carísimo. En cualquier caso, era la imagen del blanco fácil para cualquier maleante sin escrúpulos.

Respiré de nuevo para relajarme.

Miré el móvil. Mal hecho. Las mismas noticias catastróficas de esta mañana, alguna de ella con informes detallados que, por un lado, sentí la necesidad morbosa de leer pero por otro no me hacían bien en absoluto.

Otro atraco, por lo visto.

El cadáver decapitado de la noche anterior ya había sido identificado. Un hombre, más o menos de mi edad. No creían que fuera un robo.

-Perdona ,¿te importa que me siente aquí?

El hombre, sin esperar respuesta, ocupó la mitad del banco. Venía algo despeinado, en chándal y llevaba una bolsa de deporte que parecía pesar bastante.

Asentí con la cabeza y sonreí lo justo para no parecer rancia ni tampoco invitar a la conversación.

Él leía algo en su móvil.

-Vaya, cómo está el mundo, ¿verdad? Uffff, cada vez hay más loco suelto. ¿Has leído lo de la guerra?

Volví a asentir sin ganas de nada, pero él era muy locuaz y parecía tener mucho acerca de lo que opinar.

-Y lo de los atracos- siguió- y lo del asesinato y creo que el otro día hubo un secuestro ¿Cómo van a secuestrar a alguien en una ciudad tan pequeña como esta?

Dejé de escucharle y empecé a fijarme bien en su aspecto.

Si alguien tenía pinta de secuestrador, de asesino o de loco suelto, era él.

Se le iba un poco la mirada y al hablar tenía unos tics que le daban un aspecto extrañísimo. Proyectaba cierta oscuridad.

Sin embargo, a nuestro alrededor, el parque era luz y vida. Me tranquilizaba. 

-…y no sé si te has enterado de que no ha aparecido la cabeza ¡Qué tío, ese asesino! Entra sin dejar pistas…¡ni una huella hay! y, sin que nadie se entere, se carga al paisano, le corta la cabeza y lo deja, escúchame bien, TODO LIMPIO. Pero limpio de verdad, que no queda ni una gota de sangre. Y luego, se lleva la cabeza, sale por la puerta como si tal cosa y nadie se da cuenta. ¡Qué tío, ese asesino!

Empezaban a ponerme nerviosa su verborrea y sus miradas, nada disimuladas a la pesada bolsa de deporte que tenía al lado…

-Porque, fíjate, hay que ser muy chulo para pasearse por ahí con una cabeza ¡y sin que nadie sospeche!

Las familias seguían paseando, los niños gritaban y reían, las parejas se miraban a los ojos y yo tenía a mi lado a un tío rarísimo que lanzaba olores a un asesino decapitador, hablaba sin parar y llevaba una bolsa que pesaba al menos cuatro kilos, o eso calculaba yo al verle moverla mientras seguía hablando sin parar.

Me hacía sentir molesta e incómoda. Ya no estaba cómoda en ese banco a la sombra. Ya no me sentía segura.

Vi acercarse a una pareja de policías y decidí que era mi oportunidad.

El hombre seguía hablando de muerte y de cabezas. Por suerte, apenas me hacía caso, hablaba más para sí mismo.

Revisé rápidamente que no hubiera perdido uno de mis pendientes de oro blanco, el reloj también seguía en su sitio. Me puse los zapatos y cogí mis cosas.

Me levanté hacia el paseo y crucé un par de frases con los agentes, señalando hacia el banco en el que solo unos segundos antes había estado sentada.

Los policías se acercaron al hombre y yo proseguí, aún nerviosa, mi camino, mientras me perdía entre la vida y la luz del parque.

Justo a tiempo.

Un par de minutos más tarde, mi bolso empezó a gotear un poco.

Lo cambié de hombro, pesaba al menos cuatro kilos, y apreté el paso. 

Vanesa Díez / Mariposa Ediciones / 08 de junio de 2023

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