Relato "Puro amor", de Concepción Hernando

Aquí regreso, amor mío, para escribir con besos una carta que nunca te entregaré. Preferiría hundirme en tu cuerpo, amarrarlo al mío y convertir ese instante en eterno. Solo a tu lado podré curar las heridas que aún me atraviesan, por eso necesito hablarte.


¡Mi cariño! Ahora me doy cuenta del inmenso daño que nos consume. Te adoro, no puedo evitarlo, y no entiendo porqué hemos llegado a esto.


Sí, lo sé, los celos, siempre los celos. Pero es que te quiero únicamente para mí. Llevaba días trastornada imaginándote con ella, pensando en noches insoportables, una tras otra, porque no llegabas. Hasta que esa tarde, al oscurecer, me armé de valor para ir a buscarte.


Durante un buen rato recorrí el jardín que rodea su casa. Os vi llegar abrazados y me hirvió la sangre. Tuve el impulso de salir del coche para aclarar la situación, aunque eso conllevara nuestra ruina, pero me contuve. Decidí arreglarlo de otra forma. Recordé las palabras del hombre que nos vendió el auto: «La carrocería se deforma en los impactos y deja intacto el habitáculo interior». El cochazo fue caro, pero los dos merecíamos lo mejor.


La verdad, contigo he sido tan feliz… Aunque ahora me duela y sea raro encajar lo que nos ha pasado. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde aquello? Últimamente me pierdo con la noción del tiempo. A veces me parece una vida, a veces un instante; pero no te equivoques, desde el principio comprendí tu plan.


Estaba claro. Tu jefa se había fijado en ti y tenías que seguirle la corriente, convencerla de que también la amabas. Tu puesto y nuestra seguridad económica dependían de ello. Por eso aguanté tantos días rompiendo como un zombi las hojas del calendario, callada, sin replicar, sin objetar nada; no quería complicarte más la situación, me daba cuenta de tu sacrificio.


Que no te incomoden mis lágrimas; reconozco que yo tampoco obré bien: permití que cargaras tú solo con ese papelón de amante obligado. Tuvo que ser duro, pero entiende que también lo fue para mí.


La había estado espiando durante días, a ella, a la jefa, la que me atormentaba con su veneno. Sabía que cada noche, después de atraparte en su agujero de culebra, cruzaba la calle para depositar la basura en los contenedores de enfrente. Sobre todo utilizaba el del vidrio, sospecho que para arrojar las botellas vacías de alcohol con el que pretendía emborracharte y dominar tus instintos. Pobrecilla, estoy segura de que nunca lo consiguió.


Quizá le hiciera un favor cuando, tras esperar con infinita paciencia, escuché un tintineo de botellas y vi una silueta cargada de bolsas. Junto a la casa, apreté el acelerador y me estrellé contra ella y el contenedor. ¡Un bicho menos!


Ya nadie me apartaría de ti, aunque el golpe para mí también fuera brutal. Creí que perdía el conocimiento, puede que lo hiciera durante unos segundos, pero logré escapar y llegar a casa para esperarte. Lo tenía todo preparado: un camisón especial, largo, transparente, abierto por delante. Me recordaba al velo blanco que levantaste de mi rostro el día de nuestra boda. Como entonces, deseaba fundirme contigo, pegarme a tu piel, dejar que me traspasaras para acogerte en mis entrañas.


Dirás que estoy loca. No, simplemente te amo.


Todavía dolorida, te esperé en la cama. Dejé la puerta abierta. Soñé que entrabas. Llegué a oír tus pasos acercándote, cómo te quitabas la ropa, te metías entre las sábanas…, pero al volverme para buscar tus labios solo encontré cristales alrededor. ¡Con lo que deseaba besarte!


Después de esperarte en vano, empecé a ahogarme y a toser. Dudé si realmente estaba en casa. Aguanté, pero tampoco llegabas, aunque ya nadie te retuviera. Y según perdía la consciencia y todo se plagaba de luces y uniformes, tomé la decisión de no apartarme jamás de ti.


Por eso vuelvo aquí cada día, amor mío, desde que me recuperé. Por eso sigo adorándote en este campo frondoso de sepulcros y cipreses. Ahora ya estás tranquilo; ahí abajo no tienes que seguir fingiendo. Así la vida está bien.


A mí, enseguida me soltaron. Todo quedó en un accidente. Mi única pena es que esa víbora sigue lanzando su veneno por ahí.


Mírala, aquí llega con flores, pero no dejaré que se te acerque. A ti solo te lloro yo.

Share by: