De profesión, ganadera


Rocío del Río se calza las botas cada mañana y mira al cielo para ver qué le depara la jornada. El tiempo es el que manda en su trabajo. Pero no es un empleo a contrarreloj, a ella el que le interesa es el tiempo meteorológico. La lluvia, el frío o el calor son quienes determinan la peonada. Trabajar bajo las encinas, en plena dehesa extremeña nunca fue su sueño, pero ha encontrado una vocación profesional que desconocía y que ahora no cambiaría por la plaza de unas oposiciones que nunca llegaron.


Rocío es ganadera, le cuesta asimilarlo, porque a sus treinta y pocos años la enfermedad de su padre y su fallecimiento la llevaron a arrimar el hombro en el negocio familiar. Sin dudarlo ni un momento, esta extremeña, de Nogales en Badajoz, se subió al tractor y aprendió lo que es hacer un saneamiento animal o a negociar los precios de sus vacas en la báscula. “Cuando era pequeña me gustaba acompañar a mi padre al campo, de vez en cuando, para tener contacto con los animales, con las vacas y con los cerdos, pero jamás pensé que me fuese a dedicar profesionalmente a ello”, reconoce.


Ya son tres los años que lleva madrugando y cargando alpacas para que a sus animales no les falte de nada. En un rincón quedó su carrera de Relaciones Laborales, “a mí me gusta el papeleo, siempre me ha gustado y quería dedicarme a ello, pero nunca llegué a ejercer”. La vida, a veces, tiene esos caprichos, te enfrenta a retos que jamás pensaste tener que encarar. “Me he dedicado a muchas cosas y a nada en concreto, lo que me iba saliendo, incluso he estado cuidando niños en Logroño”.


Ahora, Rocío lleva su casa, sus dos perros, una explotación porcina de venta de lechones de raza ibérica y duroc con unas 20 cabezas y 45 vacas cruzadas y limusinas. El trabajo en el sector primario no es nada fácil, y menos para una mujer. Gestionar el agua para sus animales, comprobar que no tienen problemas de salud, hacer frente a los partos, negociar las ventas, garantizar los pesos, etc. “Sé que vivo en un mundo de hombres, pero siempre les he dicho lo que les he tenido que decir, yo no me achanto y vengo dispuesta a hacer las cosas como se tienen que hacer”, asegura con orgullo Rocío que reconoce que la ganadería en nuestro país sigue siendo un sector bastante tradicional. 

No es la única, en España son numerosas las mujeres que se dedican a la ganadería, aunque no existen registros oficiales sobre ellas. Rocío tiene un referente cercano, “mi tía Yolanda se hizo cargo del campo cuando falleció su marido, mi tío Federico”. Yolanda Venegas cría vacas de raza berrenda y caballos, algunos ganadores de concursos internacionales. Además, su hija María acaba de terminar la carrera de veterinaria. Son dos claros ejemplos de que la mujer va ganando espacio en el mundo ganadero, eso sí, a paso lento.

Pero al campo en nuestro país aún le queda mucho por avanzar. La digitalización del sector agroindustrial aún está lejos de los pequeños empresarios como Rocío, “ha evolucionado mucho toda la parte sanitaria, aspectos como la reproducción animal, pero aquí, seguimos siendo muy tradicionales”.

La gestión de permisos, guías, autorizaciones, subvenciones y documentación en general les ocupa a los ganaderos tres cuartas partes de su jornada laboral. Es un embrollo legislativo imprescindible si quieren subsistir, porque el campo, como todo el mundo sabe, necesita ayudas. “Nosotros no queremos subvenciones, queremos que los productos que vendemos cuesten lo que tienen que costar, no es lógico que los precios sean los mismos que hace cuarenta años”, afirma con rotundidad Rocío quien añade que “mientras que los costes de producción, como el gasoil o los piensos sí son más caros cada año”. Son horas, días, meses y años cuidando animales y la recompensa monetaria por ello no palia el sacrificio. 


El perfil de los ganaderos como personas alejadas de la tecnología o del mundo urbano es otro de los mitos que tienen que soportar. Pertenecer al mundo rural no es sinónimo de ermitaño. “Casi todas las semanas voy a Badajoz, que está cerca de mi pueblo. Los animales comen todos los días, no hay descanso, pero tengo la ayuda de mi hermano Antonio y nos podemos organizar”.

En el confinamiento se puso de manifiesto que los ganaderos y agricultores son imprescindibles para la sociedad, pero no se ha traducido en medidas ni acciones de ayuda al sector. Un sector que, además, es el que más tiempo y recursos dedica al cuidado del medio ambiente. Su amor por el campo y los animales no tiene paragón.  “Reconozco que cuando tengo que vender mis becerros lo paso mal. Son mis niños, son muchas horas con ellos y se van”, asegura tímida Rocío. 

Este sentimiento de amor a la naturaleza se suma a la libertad que ofrece trabajar a cielo abierto. “Tuve que ir a la sede de la Junta de Extremadura, en Mérida, a arreglar unos papeles. Cuando vi cómo era el trabajo allí me alegré de no haber terminado de prepararme las oposiciones. No lo cambio por mi vida de ahora, por mi campo, por mis animales, por mi libertad de horario”, exclama Rocío sonriente. Parece que el futuro de esta extremeña está claro, de momento, seguirá respirando el aire de la dehesa.


Fátima Ramírez Pérez

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